A una manzana del paraíso...

Si ahora mismo las palabras se tiñeran de azul y olieran a mar, si pudieran ser camino que el tiempo no puede borrar, escucharía su eco entre mis pasos y volvería a escuchar su voz. Y con su voz , aquello que me dejó pensativa durante mucho tiempo: ¡qué bien se está a una manzana del paraíso... !
Me quedé absorta mientras él seguía hablando con la ilusión joven en sus ojos (que por la edad deberían haber precido cansados):
No quiero nada que me ate,
no quiero nada que me haga creer que ya he llegado,
no quiero nada que me venda ni me compre,
nada que me aleje tanto de mí que ya no pueda regresar...
No quiero que se huela a dinero cuando llego. No quiero.
Y sin, embargo, quiero:
Salir cada mañana como un chaval enamorado a encontrarme con mi amor, con mi paraíso : Éste que tú y yo estamos estamos viendo ahora y que es de todos; éste que no sabe de ricos ni de pobres y que me espera con una luz distinta cada mañana.
Porque lo lo más grande, lo que tiene la verdad en sí y no prestada, no se puede comprar.
¡A una manzana del paraíso ! (Seguro que aquél banco, frente a la Concha de San Sebastián, guarda aún sus palabras)

Y escribo ésto, cuando quería escribir, intelectualmente, sobre el materialismo puro y duro , y sobre algo ,que mal se puede negar... Y es que :" Cuando el dinero habla, la verdad calla".
Pero quizás, un poco cansada, el sentimiento me ha dado su caricia, su reposo de tanto cavilar, y me ha venido a la memoria del corazón aquél paseo de hace veinte años.

¿Quién se apunta, pudiendo lo contrario, a quedarse a una manzana del paraíso ?
Algo hondo latía en aquél sabio corazón.
Y no se equivocaba...